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Paraná
domingo 6 de octubre de 2024

Retro Paraná, Un relato, una foto y viceversa.

El Paraná de antes…
Los que nacieron en esta ciudad están cargados de historias y recuerdos que los aferra a sus raíces. Imposible despegarse.
León disfrutó del día otoñal con esa brisa linda que le pegaba en la cara y con un sol que asomaba con pinta de fortalecerse con el correr de las horas. Era un día especial, como decía un amigo: «hoy tengo ganas de casita mía”, esto sucedía cuando sentía ganas de disfrutar su intimidad y sus recuerdos.
Su ventana, en un noveno piso, de un sencillo departamento de calle 25 de Mayo le mostraba el río, con el sol que lo golpeaba y la salida del túnel del lado de Santa Fe. Era un paisaje que intensificaba su sentimiento por su ciudad.
Paraná vio nacer a León, lo vio crecer, y lo dejó envejecer con la suficiente dignidad como para no dejar que entre “el viejo” de la vida.
Recordó sus últimos años del primario en la escuela Bavio, que era la típica escuela de barrio en cuyos recreos se planificaba jugar un partido de fútbol en la calle adoquinada, o un disputado partido de bolita en algún espacio de tierra en el frente de alguna casa cuyos propietarios no se ponían muy contentos.
El deporte de ese entonces era el básquet. El Club Hindú y el Recreativo reunían a la gente y los dividían. Esos clásicos fanatizaban y enfrentaban los ánimos del barrio.
Los clubes organizaban festivales para sostenerse, los chicos del barrio trabajaban en el armado del evento para ganarse algunas monedas con el plus de entrada libre al deseado festival. Ver a los Cinco Latinos o a Palito Ortega en vivo era la emoción total.
Con lo ganado se podían comprar algún vaquero FW que intentaban gastar sentándose en las tribunas de cemento, pero no lo lograban.
Los domingos, pasear con los padres por la plaza principal era como un rito para todas las edades. Era costumbre dar la vuelta al perro con el circuito prestablecido: las mujeres iban en una dirección y los hombres en otra para saludarse… Esas imágenes lo cargaban de emoción.
León pensaba que algún día haría lo mismo, observaba a las chicas que pasaban pero que eran mayores que él y su pensamiento lo llevaba a imaginar lo que disfrutaría cuando fuese más grande. También estaban las kermeses que organizaban las chicas del Huerto, colegio que las hacía más importantes, donde había un sistema de telegramas que por pocos pesos, eran mandados a la chica que te gustaba, todo era adrenalina.
La banda de la policía tocaba en la plaza aquellas melodías que ayudaban a pasar la tarde.
Perduran en el recuerdo el profesor Andretto y la profesora Fola, típicos docentes estructurados que dejaron su impronta imborrable en el Colegio Nacional cargado de aventuras típicas del Juvenilla.
Por entonces, la cancha de fútbol era en la calle, el partido se paraba cuando pasaba un auto bajando su velocidad y saludaba a los futuros “ídolos” tratando de no pisar la querida y única pelota.
Los tés danzantes de la sociedad italiana, lugar donde la juventud iba a bailar los domingos a la tarde, eran muy concurridos, allí se esperaban los lentos que venían al final de la fiesta para poder sentir el calor de la chica que te gustaba.
¿Cómo no recordar el cine Mayo en cuya mitineé era posible sentarse a ver un continuado de Tarzán, interrumpido por Lolo cuando lo dejaban entrar y gritaba: ¡Tarzán, Tarzán!
Otro inolvidable es “Cachito Avellaneda”, todo un personaje que en los desfiles militares de la ciudad, desfilaba en forma paralela pero adelante, solo.
El centro de la ciudad era la cita obligada. El tránsito era ordenado por un policía ubicado en una garita en el medio de la calle. Nunca faltaba, el negro Mesón, gordo y alto, que hacía publicidad como hombre sándwich, colgando los carteles por delante y por detrás.
León no se pudo olvidar de las tardes en el río, cuya vera fue testigo de amoríos y donde se cargaba de energía con solo mirarlo. Será por eso que hasta el día de hoy, sigue pasando por el mismo lugar aunque su camino sea para otro lado. Pensó en todo lo que le dio la ciudad que lo marcó diciendo en voz baja, casi susurrando :“es imposible no quererte”. Por eso, cuando ve que la ensucian, le tiran cosas y la pintan, se transforma en un viejo gruñón y la defiende porque la quiere y le gustaría hacer más cosas por ella.
Después de un silencio le dice:
“Paraná, hoy tengo ganas de casita mía”.
Texto de José Carlos Cuestas para Paraná 1965-1975 Eramos tan jóvenes
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